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Carlos Oyarzún: el arquitecto detrás de los escenarios culturales más importantes de Temuco

Carlos Oyarzún nació en Viña del Mar en 1941. Estudia en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso. En esos tiempos, la tendencia a estudiar era a sus ojos bastante singular. Se trataba de hacer arquitectura con un sentido de servicio y también con un sentido artístico. Para Oyarzún, las dos cosas van juntas, y se buscaba aunar el sentido del servicio al público al ser humano, junto con una actividad creativa propia.

En otras palabras, hablamos del modernismo de la arquitectura, que persigue poner en alto los actos del ser humano y darles un cobijo, más que hacer arte por el arte.

Una combinación que nace junto con la arquitectura moderna después de un largo periodo romántico, que buscaba la belleza externa.

Los años no han pasado en vano y, cuando el arquitecto afincado en Temuco desde la década de los 80 vuelve a rememorar cuáles eran sus intereses cuando era un estudiante recorriendo las salas de clases.

Cuando uno es joven se buscan muchas cosas. Entre el desarrollar sus habilidades, Oyarzún tenía cierta facilidad para el dibujo, pero reconoce que a esa edad no se tiene muy claro un horizonte, se va labrando con el tiempo, con el ejercicio de lo que uno inició. “La escuela arquitectural me hizo una formación que ha gravitado sobre el resto de mi vida, que tiene que ver con el servicio al ser humano en un sentido muy profundo”, recalca.

Tras titularse, él y su esposa se mudan a México, donde estuvo más de cinco años ejerciendo la arquitectura y la docencia en la Universidad Autónoma. Llegó a Temuco tras asumir un cargo en la Oficina de Planificación Nacional. Fue destinado a la región de La Araucanía, para la jefatura, donde le tocó participar en la creación de las bases del actual gobierno regional.

En ese entonces, Temuco era una ciudad “incipiente”. En cierta forma, en esta ciudad Carlos se reencuentra con la arquitectura. Ello tras asumir funciones en la Universidad Católica sede Temuco, cuando aún estaba a cargo de Santiago.

 

Primeros pasos por Temuco

Cuando tiene que hablar de la UCT, declara que es una institución “a la cual la tengo muy en el corazón”, tras 12 años de servicio, donde sus diseños persisten y son visibles, sin que el resto de los ciudadanos sepamos que está detrás de él.

En su nuevo cargo de director de extensión, tuvo la responsabilidad de proyectar nuevos edificios, junto con la supervisión de la construcción del Campus San Francisco y el Campus Norte.

Si quien leyese estas palabras da un minuto de su tiempo para imaginar la responsabilidad de construir lo que serán los espacios que otros en el futuro habitarán en su cotidianidad, podría sentir el peso que recae en los hombros de personas como Carlos, sobre todo pensando que los campus deben mantener una dosis de juventud, por donde recorrerán las nuevas generaciones.

Cuando le tocó hacer el Campus San Francisco, estaba la opción de hacerlo en los terrenos del Campus Norte actual, que no tenía ninguna construcción, salvo algunas canchas de fútbol. Sin embargo, Oyarzún tuvo que convencer al rector de la Universidad Católica de Santiago para hacer la universidad dentro de la ciudad y no fuera de ella.

“Me tocó convencer que era bueno para la ciudad tener la universidad en su corazón, como efecto dinamizador de la cultura, de la enseñanza y de la misma vida estudiantil. Que eso, para una ciudad, es muy importante, tener esa multiplicidad adentro”, señala, apuntando que las grandes universidades siempre están en el centro de las urbes.

Para construir los campus, se inspiró en universidades europeas como la Sorbonne, en París, digamos; idea que tuvo buena acogida por parte del rector Jorge Swett. Oyarzún recuerda que él decía: “Por mí, todas las universidades estuvieran en el centro de la ciudad”.

En perspectiva, el arquitecto considera una decisión acertada el estar a pasos de la Avenida Alemania, hoy convertida en un punto de gran movimiento en Temuco, sobre todo pensando en su conexión con la vida universitaria. “El Campus San Francisco es un centro cultural importante y dinamiza la ciudad. Eso es lo que estamos persiguiendo dentro de una visión urbanística”, plantea.

imagen del edificio del aula magna en 1990 en paralelo al edificio en 2024

Aula Magna UCT

El campus se conforma con uno de los primeros grandes escenarios artísticos de la ciudad. Hablamos de la creación del Aula Magna, el primero de este estilo a cargo de Oyarzún. Inaugurado en marzo de 1990, durante esa década tendría la responsabilidad de diseñar espacios similares, como el Teatro Municipal de Temuco, el Gimnasio Olímpico de la U. de La Frontera o el antiguo Hotel Terraverde a pasos del Cerro Ñielol. Entre estos tres se reparten los eventos culturales que visitan la región.

Sin embargo, para él, el Aula Magna es otro punto que toca su corazón, dado que dicho proyecto no estaba pensado. “Fue, como diría algún futbolista, un gol bien metido en ese momento”, dado que plantear un espacio así a fines de la dictadura habría sido “saltarse las prioridades”, que era construir salas de clases.

En comparación, antes de la edificación del coloso artístico universitario, los espectáculos tenían que solicitar permiso o al gimnasio del Colegio Alemán, del Colegio La Salle o el desaparecido Teatro Central en plena plaza Pinto. Sin embargo, en esos años se les cobraba un precio por el total de las butacas de dichos espacios, lo cual volvía insostenible mantener una cartelera anual.

Si bien no le gusta mucho hablar de sí mismo, reconoce que perseguía siempre estar ligado a lo artístico y lo cultural, y que dichos elementos estuvieran enraizados en el espíritu universitario. Fue así como planteó al mismo rector Swett de hacer la biblioteca, que sí era una prioridad, junto con una especie de sótano que, con los años, diera paso a una futura Aula Magna.

Una oportunidad en un solo edificio y con un diseño adecuado a dichas condiciones. “Hasta el día de hoy funciona bien”, afirma, valorando el buen uso que ha tenido en esas más de tres décadas desde su inauguración.

“Reconozco que actualmente el Aula Magna es parte integrante del alma de la UCT”, frente a la serie de espectáculos gratuitos que la misma casa de estudios ofrece a la ciudad, siendo también un lugar abrió otras puertas, como la idea de la enseñanza de la música mediante el conservatorio.

Frente a los detalles de su construcción, fue diseñada siempre pensando en su funcionalidad, buscando a partir de ello la estética. Aquí, él se explaya: “Si lo comparamos con el Teatro Municipal de Santiago o la Ópera de París, podría ser hasta fea. Sin embargo, la arquitectura moderna, incorpora otro concepto de ser el espacio adecuado a los actos que se van a desarrollar dentro”.

Por ello, la construcción del Aula significó un cuidado y respeto por la acústica y la comodidad de sus butacas que se mantienen hasta hoy. Cabe señalar que la escasez de recursos primó durante su construcción, y humildemente relata que “podíamos hacer lo que se hizo“, frente a ciertos puntos que le hubiese gustado agregar, como camerinos más grandes.

“Sin embargo, algo se hizo”, manifiesta alegremente, señalando que lo prioritario es generar el sentido de comunidad, lo cual se refleja en que, independiente donde uno se siente, todos disfrutan la misma calidad del espectáculo a ver.

La disposición redonda de los asientos permite una mayor conexión entre el público y lo que se está desarrollando en el escenario, aspecto que contrasta con las salas rectangulares, tomando cierta inspiración del teatro griego o romano, que rodean el escenario más que enfrentarse a él.

 

El devenir de la ciudad

Lo cierto es que las obras que ha construído en Temuco están con vida, y sobre todo le han dado la modernidad que necesitaba Temuco para pensar hacia el futuro. Hoy, contento, y sin pensar en la muerte, sabe que la ciudad cuenta con “suficiente infraestructura cultural”. Un aspecto relevante que no debe impedir el movimiento y la actividad artística, sino robustecerlo.

“Me declaro afortunado de haber contribuido un poco al desarrollo de la ciudad en ese sentido, porque me ha tocado hacer obras que le aporta esta visión cultural a la ciudad que no tenía antes”, sentencia, sin dejar de agradecer a todos quienes hicieron posible ello, desde el rector hasta los jornaleros que dieron forma al aula.

Pensando que Temuco aún no cumple 130 años, lo que la transforma en una ciudad occidental joven frente a otras plazas de Chile o Latinoamérica, Carlos Oyarzún proyecta lo que vendrá. Él cree que la responsabilidad de los arquitectos del mañana y todo aquel que quiera hacer Temuco una mejor ciudad, tiene que lograr integrar la naturaleza en todo plan, desde el río Cautín hasta el Cerro Ñielol, siempre pensando en el peatón, para quien hay que construir por sobre el automóvil.

Otra tarea importante es replantear lo que entendemos actualmente por patrimonio, sobre todo pensando en el deteriorado estado del Pabellón Araucanía, que refleja en su perspectiva cómo cuidamos las obras que dan identidad a la ciudad. “Falta mayor conciencia cívica. En eso tienen que ver mucho las autoridades, pero también tiene que ver la gente que conforma la ciudad, que debería reclamar esas cosas”, sugiere. Si bien no le gusta convertirse en un crítico, Oyarzún es y será voz autorizada sobre el devenir de la capital regional. Siempre hablará de que tuvo la suerte de llegar a Temuco para darle vida a esas obras. Para él, siempre será poco lo que hizo, pero seremos nosotros, quienes damos vida a la ciudad, los que calificaremos al final del día el valor que entregan los escenarios artísticos que, finalmente, llegaron para quedarse.

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